LA MENTIRA; "GNOSIS I", BORIS MOURAVIEFF

Dado que el Yo de la Personalidad está formado por un número considerable de pequeños Yoes dispuestos en diferentes grupos que, a su vez, rigen nuestras actitudes y nuestras acciones ¿cómo conciliar este estado caótico con la continuidad, aunque más no sea aparente, de nuestra vida psíquica? Tres son los elementos que fundamentan esta apariencia de continuidad:
—el nombre;
—la experiencia fijada por la memoria;
—la facultad de mentirse y de mentir a los demás.
El nombre que llevamos corresponde al Yo de la Personalidad, o sea al conjunto de las partículas de limadura, cualquiera sea la posición recíproca que éstas adopten. Desde la adolescencia, el nombre corresponde también a la representación que el hombre se hace de sí mismo en el estado de vigilia más, a menudo, el agregado de una imagen ideal de sí, imagen de lo que aspira a ser o devenir.
Por eso se aferra a su nombre como a una tabla de salvación. En efecto, todo lo que existe tiene un nombre, sin nombre no podemos imaginar ninguna existencia psíquica o física, real o fáctica.
En el caso del hombre, su nombre y apellido cubren el conjunto de lo que puede definirse como su universo propio, tanto en sus elementos concretos como en los imaginarios, a menudo considerados por él como reales.
La memoria es función directa del ser del individuo. Cuanto más alto es el nivel de ser tanto más fuerte es la memoria y tanto mayor su capacidad de contener. La pérdida de la memoria trae como consecuencia la pérdida de la noción del nombre y de todo el conjunto a que se refiere, y hace del hombre normal un loco: la cuestión de la continuidad ya no se plantea.
La facultad de mentir es el tercer elemento constitutivo de nuestra vida fáctica que ayuda sustancialmente a ésta a proporcionar esa apariencia de continuidad. Podemos comprender sin dificultad el rol que desempeña la facultad de mentir si tratamos de representarnos lo que sería nuestra existencia en caso de que esta posibilidad nos fuera negada. Los choques y conflictos que deberíamos enfrentar nos harían la vida imposible. En este aspecto las mentiras sirven de topes, como los topes de los vagones de ferrocarril sirven para amortiguar los choques. Es así como la facultad de mentir hace menos contradictoria nuestra vida y contribuye eficazmente a darnos la impresión de continuidad. Una vez más nos encontramos ante el hecho de que nos atribuimos facultades que sólo poseemos como posibilidades a desarrollar. Tenemos la pretensión de ser veraces.


Pero decir la verdad y vivir en la verdad es una posibilidad que sólo podrá ser real mucho más tarde, como consecuencia de un trabajo asiduo sobre nosotros mismos. Entretanto estamos condenados a mentir y el que lo niega está atestiguando la dificultad en que nos encontramos para mirar la verdad de frente.

Debemos detenernos un momento en la cuestión de la mentira, cuestión de gran importancia sobre la que volveremos más de una vez. La facultad de mentir es función de la capacidad de imaginar lo que es, a su vez, una facultad creadora, ya que antes de crear algo será preciso imaginarlo. Este don pertenece exclusivamente a los humanos, los animales no disponen de él. Gracias al don de la imaginación, don divino, tenemos nosotros la facultad de mentir. Mentimos por motivos diversos, en general porque deseamos mejorar situaciones que nos parecen insostenibles o difíciles de aceptar. La mentira abre entonces el camino a mecanismos de racionalización o de justificación que son los agentes de los "emplastos" internos Veremos más adelante cómo las líneas de conducta de las personas de nuestro entorno se entrecruzan y provocan en las relaciones humanas choques que dan origen a situaciones difíciles, a veces insolubles, verdaderos nudos gordianos. En esos momentos, con la mejor buena fe, recurrimos a la mentira.
La actitud de la Doctrina esotérica frente a la mentira es clara y realista. No
pide que se deje en cl acto de mentir. Nadie podría sostener tal compromiso. Pero si bien el hombre no puede no mentir a los demás, no sucede lo mismo en lo que a él concierne. Se le pide entonces, expresamente, que cese de mentirse a sí mismo. Se trata de una exigencia formal cuya razón se comprende fácilmente. El objetivo del trabajo esotérico es marchar hacia la Conciencia, es decir hacia la Verdad. Sería una contradictio in objecto querer aproximarse a la verdad mientras se continúa mintiendo, creyendo en las propias mentiras. Hay que destrozar sin piedad cualquier intento de mentirse a sí mismo. En este punto no se tolerarán convenios de partes ni se admitirán excusas de ninguna índole. Y puesto que en nuestra actual situación no podemos vivir sin mentir a los demás, debemos en todo caso ser conscientes de nuestras mentiras.
Hay todavía otra recomendación que hacer en este campo. En el conjunto de las mentiras a los demás debemos ejercitarnos para distinguir las que son indispensables, inevitables o simplemente útiles, de las que no lo son en absoluto. La Doctrina pide a quienes la estudian que se luche enérgicamente contra las mentiras inútiles.
Sólo mediante un entrenamiento de esta naturaleza se llegará progresivamente a dominar en sí la tendencia a mentir. En cuanto a los intentos de forzar las cosas en lo que concierne a la mentira de los demás, están de antemano destinadas al fracaso, porque vivimos en un mundo hundido en la mentira y movido por la mentira. Es interesante observar que el Decálogo, que impone al hombre los mandamientos a observar, sólo le prohíbe mentir en un pequeño sector de las relaciones humanas, el del falso testimonio, e incluso sólo cuando está dirigido contra su prójimo.

[...]

Vivimos en un mundo regido por la mentira. Mentir y robar son los elementos dominantes del carácter humano, sea cual sea la raza, la casta o la confesión. Cualquiera que afirme lo contrario, profiere simplemente una mentira más. El hombre miente porque en un mundo regido por la mentira, no le es posible hacer otra cosa. Es necesario agregar a esto, una particularidad a primera vista paradojal, que el progreso de la civilización, fruto de la cultura intelectual, aumenta en proporciones considerables la necesidad de mentir.

De todas formas el hombre siente que no debería mentir. En su fuero interno, sobrevive una vaga reminiscencia de la pureza de la conciencia no pervertida de antes de la caída de Adán. Todo ser normal y sano siente más de una vez esta nostalgia de una vida no corrompida y la amarga tristeza de estar preso en ese engranaje de estafa moral y material.
Sin embargo, el hombre se deja ligar más en más estrechamente en la vida, porque esa facultad de mentir le da la maravillosa impresión de poder arreglarse mejor en las situaciones difíciles. Pero él olvida que una vez proferida, la mentira obliga. Porque el hecho imaginario así creado exige un contexto adecuado que, a su turno, debe, sino coincidir, al menos concordar con las circunstancias en las que vivimos y actuamos. Si se trata de hechos insignificantes, lo más a menudo la mentira no produce consecuencias serias, por el contrario, a falta de un contexto adecuado, una mentira grave conduce indefectiblemente a una catástrofe en la medida de la importancia del problema.


Si se retoma distintos aspectos de este tema, el análisis de la mentira permite distinguir las siguientes modalidades:
—mentira a los otros;
—mentira a sí mismo;
—mentira inútil.
A estos casos de mentiras es necesario agregar casos particulares:
—la hipocresía que afecta una virtud, un sentimiento loable con la intención de engañar a personas de buena fe.
—La mentira integral caracteriza a la persona que, a fuerza de mentir y de engañar en toda ocasión, termina por creer en sus propias mentiras y así pierde todo sentido de la verdad.
Estos dos últimos casos son los más difíciles de curar: en efecto, la hipocresía debe estar profundamente enraizada en la Personalidad del ser humano para convertirse en un elemento de su comportamiento. Vencer esta tendencia en sí mismo requiere esfuerzos considerables y dolorosos. Ningún trabajo esotérico fructífero puede ser realizado por aquel que no se ha desembarazado previamente de ese vicio. Es asimismo riesgoso para un hipócrita ponerse a la búsqueda del Camino. Porque de antemano está condenado al fracaso. Lo mismo es para aquel que se ha convertido en la víctima de la mentira integral. Sin embargo, si sus mentiras no están manchadas de hipocresía, es decir, si el elemento intencionalmente mitómano falta totalmente, este caso es más fácilmente curable que el anterior.
Sin embargo es muy raro que las personas que sufren esos defectos, se interesen en la enseñanza esotérica. Orientada hacia la Verdad, esa enseñanza ejerce sobre aquellos que sufren esas anomalías psíquicas, una fuerte repulsión. Así podemos concentrar nuestra atención en los casos más difundidos que revelen las cuatro modalidades enumeradas antes.
Generalmente puede decirse que todo hombre miente de esas cuatro maneras y aquel que se aproxima al trabajo esotérico no escapa a esta regla. Sólo que el acento varia de persona a persona. Abstracción hecha de los casos en que se miente por mentir, puede distinguirse en la fuente de la mentira toda una serie de motivos que pueden reconstruir la bajeza de nuestra naturaleza en que se inspiran los sentimientos más nobles. Por ejemplo, no se dice la verdad a las personas que sufren de un mal sin esperanzas. Se miente también a veces, para debilitar el efecto brutal de una mala noticia.
Además existen casos donde se busca mejorar la presentación de los hechos por la mentira, no por hipocresía sino, podría decirse, por gusto de lo maravilloso, de lo milagroso. Estos casos merecen la atención porque salen de lo común. Se recordará el texto de la plegaria sacerdotal, por la que Jesús, dirigiéndose al Padre, dijo: tu palabra es la verdad . Esta fuerza creadora del Verbo, del Logos, que es la naturaleza misma del Hijo, actúa en nosotros, en nuestro fuero interno.
Es necesario remarcar que corrientemente se atribuyen al dominio del subconsciente, fenómenos y mensajes que vienen en realidad de los niveles superiores de la Conciencia. Enmudecido por vagas reminiscencias, el hombre siente a veces la necesidad de aportar un consuelo, una nota de optimismo y deforma los hechos presentándolos bajo un aspecto más favorable. Tentativa loable, sin duda, pero ineficaz por el hecho de los medios insuficientes que dispone. Porque nuestra palabra no es todavía palabra de Verdad. Si ella tuviera la fuerza de la palabra de jesús, la mentira, tomando fuerza de milagro, habría realmente mejorado los hechos. Aunque los hechos permanecen en el mismo contexto, tales como estaban cuando el hombre de buena fe intenta mejorarlos. Esta especie de mentira podría ser definida como una tentativa de milagro hecho con medios insuficientes.
En cuanto a los esfuerzos tendientes a suprimir la mentira a si mismo, ellos producen otras consecuencias importantes. Porque esa mentira arrastra raíces profundas. Situaciones paradojales se presentan a veces en ese dominio. Algunas son de una sutileza psicológica tal que es difícil hacerlas salir de la oscuridad. Será suficiente evocar el caso de matrimonios donde uno de los cónyuges, habiendo comprendido que esa unión es un error, persiste de todas formas en intentar convencerse de lo contrario, y si es de naturaleza afectuosa, redobla la amabilidad frente a su pareja como si se tratase verdaderamente de su ser polar. Lo absurdo de la situación alcanza al colmo si la pareja reacciona adoptando una actitud correspondiente, sin sentir para nada un lazo sincero y espontáneo de ternura. Este verdadero “juego del amor" se hace evidentemente para gran provecho de la Ley General. El riesgo desde el punto de vista esotérico, es que, por la fuerza de la costumbre, tal situación no tome para uno de los esposos —o incluso para los dos—el valor de un amor verdadero. La mentira a sí mismo de esta naturaleza en las personas amables y de buena fe, a veces dura decenas de años y produce al fin de cuentas trágicas desilusiones.
El hombre que comienza a luchar contra la mentira a sí mismo debe estar prevenido de estas dificultades y el posible derrumbe de ciertos valores, o aun de todos ellos, a los cuales ponía precio. Pero sucede también que tales derrumbes internos se producen en seres que no están próximos al trabajo esotérico y que enseguida van a buscar allí alguna cosa más sólida y más permanente. Todos deben saber que el verdadero trabajo esotérico comienza sólo después que el neófito ha pasado por un fracaso total, sus dioses caídos por tierra.