CUENTO ESOTÉRICO II

Perdido en una selva llena de bestias feroces, enmudecido por un confuso senti­miento, pero profundo; el hombre busca desvariadamente una salida. Extenuado, después de haber corrido mil riesgos, helo aquí ante la orilla.
Delante suyo se presenta un espectáculo que lo hace caer en una admiración mezclada de espanto: un castillo de gran belleza salvaje se levanta más allá de una gran fosa llena de viva agua clara. Detrás del castillo se abre un venturoso valle iluminado por los últimos rayos del sol. A la izquierda, el horizonte se oscurece, enrojeciendo; anuncia una tormenta.
Maravillado, preso de un deseo apasionado por alcanzar el castillo, el hombre olvida los riesgos y las fatigas a las que estuvo expuesto.
—¿Cómo alcanzarlo? Se pregunta.
De repente escucha una voz que le habla desde el fondo de su corazón
La fosa, le dice, sólo puede ser franqueada nadando... Pero la corriente es fuerte, el agua glacial.
Sin embargo, el hombre siente como en él surge un flujo de nuevas fuerzas.
Decidido, se arroja en la fosa. El frío paraliza su aliento. Pero, por una extrema tensión de voluntad, de algunas brazadas alcanza la otra orilla, salta sobre el primer escalón de la escalera donde hace pie. Lo dominan otros tres inmensos escalones de granito. Conducen a una gran escalinata en hemiciclo defendida por dos torres. Dos puertas cerradas dan acceso a ellas.
Un aullido llega a sus oídos. El hombre se da vuelta. En el lugar donde estaba hace algunos instantes, se encuentra una manada de lobos.
Cae el día. En la penumbra puede distinguir todavía el fulgor de los ojos de las bestias hambrientas.
De nuevo escucha la Voz que le dice:
Después de todo, el riesgo no era tan grande porque, si te hubieras negado a correrlo, habrías sido destrozado por los lobos.
Aterrorizado de pronto por el peligro del que había escapado, el hombre mide las dificultades que presenta la escalada.
Apenas intenta trepar sobre un segundo escalón se desata una lluvia diluviana, haciendo resbaladizas las piedras y trabando sus movimientos. De todas formas consigue hacer pie. Pasa la tormenta, la lluvia disminuye. Su caray vestimentas chorrean sobre la losa.
—Poco importa, dice la Voz, ya te habías mojado atravesando la fosa.
El hombre recobra el aliento y recomienza la ascensión. Cae la noche, aparece dorado y pálido el creciente de la luna nueva; sobre la derecha, del lado del ocaso.
—Buen signo, escucha desde el fondo de si mismo.
El hombre sonríe. Por el momento se aferra a las mínimas salientes para ganar el tercer escalón. Lo alcanza con las manos y piernas manchadas de sangre. Tan pronto como hace píe, una ráfaga de viento glacial casi lo hace caer. Aplastándose en el suelo, trepa hasta el pie del muro que forma el cuarto escalón y allí encuentra abrigo.
Esto no es todo todavía, dice en ese momento la Voz. No te retrases en tu refugio. Porque el escalón puede quebrarse; entonces te tragará la tierra...
La resistencia a la tormenta, en lugar de extenuarlo, decuplica las fuerzas del hombre. Trepa ahora sin demasiada dificultad sobre el cuarto escalón que no obstante tiene la misma altura que los anteriores.
Erguido escucha entonces, como si fuera un trueno, la trompeta de alarma. Bruscamente, un aliento ardiente alcanza su rostro. Levanta los ojos. En la oscuridad de la noche, delante suyo, se yergue una figura luminosa: es el Guardián. Vestido con armadura y casco deslumbrantes, el brazo extendido, tiene en la mano una espada llameante dirigida hacia el hombre.
—¿Quién eres tú, peregrino?, le pregunta. ¿Con qué objetivo y en el nombre de quién has superado esos obstáculos y trepado la escalera del paraíso?
Transportado por un impulso de alegría inefable, el hombre repite en voz alta las palabras que acaba de escuchar en el fondo de su corazón. En ese instante las siente como suyas y responde con coraje al Guardián:
—¡Yo soy el Alma que busca la felicidad divina; una partícula que aspira a unirse al Principio Creador!
—Tu respuesta es válida, replica el Guardián.
La puerta de la torre de la derecha se abre. La espada vuelve a su vaina. El Guardián toma al hombre de la mano y le hace atravesar el umbral de la puerta abierta...
La aurora va dorando el Levante. Precursora del Sol, la Estrella de la mañana brilla, más allá del Valle venturoso.